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lunes, 8 de junio de 2009

El juego

La capacidad de jugar nace en los seres humanos poco después del nacimiento, constituyéndose en un importante medio de conocimiento y de transformación de situaciones.
Jugar se asocia a lo placentero, distendido, creativo, a lo espontáneo e infantil que pervive en todo ser humano más allá de sus primeros años.
Jugando aprendemos a instrumentar nuestros movimientos, a relacionarnos con los demás y con los objetos, a simbolizar, a compartir, a aceptar y elaborar reglas en nuestros intercambios con los otros.
La pedagogía y el trabajo clínico psicológico y psicopedagógico valorizan el papel creativo del juego, no sólo en la niñez sino a lo largo de toda la vida.

Distintas corrientes en psicoanálisis y en psicología han reflexionado sobre el juego y lo emplean en la clínica para comprender la problemática personal y para su curación.
En los adultos, el sentido del humor, el uso de palabras de doble sentido, las inflexiones de la voz, pueden relacionarse con la actitud lúdica.
Jugar es por lo común signo de salud mental: promueve el crecimiento en sentido amplio, favorece las relaciones grupales, es un modo eficaz de plantear y elaborar conflictos, es un modo espontáneo motivador del aprendizaje.
Jugar es contactar con la alegría y el placer de existir. Es un medio espontáneo o natural de autocuración cuando la persona está enferma, física y/o mentalmente, o cuando sobrelleva una discapacidad. Responde a uno de los indicadores de la salud: el sentido del humor, la aceptación gozosa de la existencia.

El juego permite entrar y salir de situaciones temidas, con la posibilidad de integrarlas. Diversas modalidades psicoterapéuticas y psicopedagógicas utilizan el juego, no sólo en niños sino en adolescentes y adultos.

En esa zona compartida de aflojamiento, diversión, exploración y expresión, se manifiestan y elaboran problemáticas, y los participantes se disponen a una mayor apertura para ingresar a nuevos conocimientos:
  • sobre sí mismos
  • sobre las relaciones recíprocas
  • sobre la realidad compartida
  • sobre las propiedades de los objetos.
Quienes comparten el juego están más cerca de la salud, si entendemos ésta como la posibilidad de crecimiento, espontaneidad, el contacto consigo mismos y con los demás, el cambio.
Jugar es aceptar la fantasía, lo que está más allá de "lo real", lo paradójico, lo distinto e inesperado, lo sorprendente.

Habitualmente juegan los niños y las niñas saludables. También juegan niñas y niños con necesidades especiales y discapacidad, progenitores, docentes, adolescentes, las personas mayores, participantes de jornadas, encuentros, campamentos, consultantes de orientación vocacional, pacientes psicoterapéuticos o psicopedagógicos, y todo ser humano, de una forma u otra, en forma grupal o individual.

Jugar es una importante posibilidad de ofrecer espacios de aprendizaje placentero, de un pensamiento aliado con la vida, con la alegría, con los sentimientos, lo corporal, lo grupal.
Los juegos pueden modificarse y adaptarse según las expectativas y necesidades de cada situación.

El juego, en sus situaciones de ficción, proporciona un plano ideal, imaginario, construido por la actividad psicofísica del ser humano. Esta actividad reconstruye, sin fines utilitarios directos, las relaciones sociales.

Fuentes:
  • BRITES DE VILA, Gladys; MÜLLER, Marina (1997): Un lugar para jugar. El espacio imaginario.
  • MÜLLER, Marina (1994): Principios de psicopedagogía clínica.
Ambos de Editorial Bonum. Buenos Aires.

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